Salió una media noche de casa. Huyendo como una especie en peligro que intenta liberarse de su más cruel depredador. Sentía que su corazón latía fuertemente hasta golpear dolorosamente su pecho. Actuaba guiada por la desesperación de los años de aguante, de sentir que no podía con más. Huyó de su prisión, la prisión que se había vuelto su vida sin darse cuenta, la prisión que vivía aún cuando creía que todo era normal. Pensaba que era la vida que le tocaba vivir, hasta que simplemente comprendió que siempre se puede vivir de otra manera. Muchas mujeres viven infiernos insospechados, que toleran cada día como si no pasara nada. Más del 90% de la violencia de pareja ocurre sobre el cuerpo de la mujer. Estos son los casos denunciados, los otros lloran en silencio con el miedo atragantándoles las lágrimas. Más del 60% de los casos son perpetrados por otros familiares diferentes a la pareja.
La familia es lo más importante, dicen por allí como frase de cajón, sin mayor reflexión. Como si la familia fuese todo lo bueno. La familia es, entre tantas bondades, el espacio infernal en el que se gestan distintos tipos de violencia. Una de las más frecuentes es contra la mujer.
Pasó tantos años soportándolo todo, porque se trataba del hombre que amaba, porque se había casado para toda la vida. Una esposa debe ser tolerante, le decía su madre. Siempre pensó que él cambiaría, siempre le hacía promesas. Siempre había otra oportunidad, pero siempre después había otro golpe.
Ninguna forma de violencia física sobre el cuerpo de la mujer se justifica. Ninguna. No hay violencia física sobre el cuerpo de la mujer que pueda ser tolerable. La esperanza de cambio sólo será posible si en realidad, el victimario, busca ayuda terapéutica, pero no son las promesas las que lo harán cambiar, ni siquiera el amor. El alcohol y el consumo de sustancias psicoactivas son detonadores para todas las formas de violencia. Pero ni siquiera el estado de embriaguez justifica que un hombre pierda el control y agreda a una mujer. No hay razón para ello, ni los celos, ni las tensiones laborales, ni nada. Algunas mujeres se sienten culpables de los golpes que reciben. Pero nada que una mujer haga la hace merecedora de estos crueles castigos.
La familia es lo más importante, dicen por allí como frase de cajón, sin mayor reflexión. Como si la familia fuese todo lo bueno. La familia es, entre tantas bondades, el espacio infernal en el que se gestan distintos tipos de violencia. Una de las más frecuentes es contra la mujer.
Pasó tantos años soportándolo todo, porque se trataba del hombre que amaba, porque se había casado para toda la vida. Una esposa debe ser tolerante, le decía su madre. Siempre pensó que él cambiaría, siempre le hacía promesas. Siempre había otra oportunidad, pero siempre después había otro golpe.
Ninguna forma de violencia física sobre el cuerpo de la mujer se justifica. Ninguna. No hay violencia física sobre el cuerpo de la mujer que pueda ser tolerable. La esperanza de cambio sólo será posible si en realidad, el victimario, busca ayuda terapéutica, pero no son las promesas las que lo harán cambiar, ni siquiera el amor. El alcohol y el consumo de sustancias psicoactivas son detonadores para todas las formas de violencia. Pero ni siquiera el estado de embriaguez justifica que un hombre pierda el control y agreda a una mujer. No hay razón para ello, ni los celos, ni las tensiones laborales, ni nada. Algunas mujeres se sienten culpables de los golpes que reciben. Pero nada que una mujer haga la hace merecedora de estos crueles castigos.
Visto en: La Nación.com
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