Nacido en noviembre de 1946 en Ataco (Tolima, Colombia), Manuel Elkin Patarroyo Murillo es el autor de la primera vacuna sintética creada en el mundo para la prevención de la malaria y reconocida por la Organización Mundial de la Salud (OMS), organismo al que cedió la patente.
Esta vacuna ha sido ya probada con éxito en más de 40.000 personas en áreas que sufren esta enfermedad como epidemia (Colombia, Venezuela, Ecuador, Brasil y, más recientemente, en diversos países africanos).
La malaria es una enfermedad tropical que provoca la muerte anual de entre 3 y 5 millones de personas, ocasionando entre 300 y 500 millones de casos clínicos en el mundo. La vacuna de Patarroyo actúa contra una de las formas más virulentas de esta enfermedad (científicamente denominada la SPf66), y se ha mostrado eficaz entre un 40 y un 66 por ciento de los adultos y en el 77 por ciento de los menores de cinco años.
Los micos de Patarroyo
MANUEL ELKIN PATARROYO es uno de los científicos colombianos más mencionados en el país y en el mundo por sus investigaciones sobre la malaria y el desarrollo de una vacuna sintética para combatir una enfermedad que, cada año, afecta a entre 300 y 500 millones de personas y mata a cerca de tres millones, en su mayoría niños y mujeres embarazadas.
Autor de múltiples publicaciones sobre el tema en revistas especializadas tan prestigiosas como Nature, The Lancet y Vaccine, Patarroyo se convirtió en referencia obligada sobre el tema y en conferencista de foros mundiales sobre enfermedades infecciosas. El 1º de noviembre fue escogido por Scopus -una base de datos de las principales revistas científicas del mundo- como el investigador que más documentos especializados ha producido en Colombia, 316, y cuyas investigaciones han sido citadas 4.715 veces por investigadores internacionales.
Además de todo esto, desde hace 20 años Patarroyo ha sido un consentido de los gobiernos, que no han vacilado en destinar jugosas sumas a su laboratorio de investigación (ver recuadro), entre otras razones porque las primeras pruebas confiables de la vacuna -conocida como SPf66- primero en Colombia y luego en Tanzania, demostraron una eficacia cercana al 40%, un resultado modesto desde el punto de vista inmunológico, pero enorme desde la perspectiva de la salubridad. Por eso en 1994, el mismo año en que recibió el Premio Príncipe de Asturias por su descubrimiento, cantó victoria y en una entrevista que dio a la revista Estrategia dijo: "Yo ya marqué territorio, la vacuna es ya uno de los hitos más importantes de la historia de la parasitología".
Meses más tarde, invitado a clausurar la reunión anual de la Asociación de Escritores de Ciencia y Tecnología de Canadá, no se ruborizó al afirmar que si hubiera sido estadounidense, "ya me habría ganado el Premio Nobel". Poco después decidió donar los derechos de su vacuna a la Organización Mundial de la Salud, con lo cual no sólo se convirtió en uno de los científicos más admirados del mundo por su altruismo, sino que logró acallar las voces de sus detractores que habían manifestado sus reservas por el método completamente empírico que Patarroyo había utilizado para desarrollar la vacuna y porque no había seguido el protocolo establecido para las pruebas epidemiológicas.
Muchos se declararon entonces dispuestos a darle el beneficio de la duda a la SPf66. En Gambia y Tailandia se adelantaron pruebas de campo que no arrojaron resultados satisfactorios, frente a lo cual Patarroyo, incrédulo, dijo que la vacuna usada, fabricada en Estados Unidos, podía no ser idéntica a su SPf66. En efecto, contenía un porcentaje más alto de una sustancia que la vacuna original. Pero una prueba adicional hecha en Vigía del Fuerte, Chocó, por investigadores del Instituto Colombiano de Medicina Tropical con vacunas hechas en el Instituto Inmunológico del Hospital San Juan de Dios -el laboratorio de Patarroyo- confirmó los malos resultados.
A pesar de que el científico estaba en la dirección correcta, no había dado en el blanco. Pero no desfalleció y para disimular el fracaso comenzó a trabajar en vacunas contra otras enfermedades infecciosas como la tuberculosis, con la advertencia de que el objetivo no era desarrollar una vacuna contra la malaria sino una metodología para producir vacunas. Pero en 2001, la falta de recursos puso en jaque el proyecto. Deudas, embargos e hipotecas llevaron al desalojo de los tres edificios que tenía el Instituto en el San Juan de Dios, y Patarroyo y su equipo debieron trabajar en espacios prestados por el Instituto Nacional de Salud.
Sorteada la crisis, Patarroyo siguió adelante pero los problemas no se acabaron y hoy enfrenta serios cuestionamientos por la forma como adelanta los experimentos en la selva amazónica.
Daño ecológico
La médica veterinaria Lina María Peláez, una de las pocas profesionales de esta rama que ha trabajado con Patarroyo en Leticia y quien hizo parte del equipo de investigadores entre el 1º de abril de 2004 y el 10 de julio de 2005, renunció por motivos que especificó en su carta de renuncia: "El daño ecológico que causan las personas que sin previo entrenamiento capturan en forma indiscriminada a los micos de la especie Aotus nancymae y arrasan con los bosques primarios; la falta de permiso para experimentar con esta especie, pues el permiso es para otra; el incentivo para el tráfico indiscriminado de especies silvestres, ya que cualquiera viene a vender los micos, y la falta de resultados", son algunos apartes de su misiva.
Pero su queja principal era sobre todo porque las cosas no se hacían en la forma correcta. "A estos primates no se les ha realizado un estudio de dinámica poblacional -escribe-. Y no se ha realizado una programa de reproducción que sería lo más normal en una explotación como ésta".
Leer Más: Revista Cambio.com
Esta vacuna ha sido ya probada con éxito en más de 40.000 personas en áreas que sufren esta enfermedad como epidemia (Colombia, Venezuela, Ecuador, Brasil y, más recientemente, en diversos países africanos).
La malaria es una enfermedad tropical que provoca la muerte anual de entre 3 y 5 millones de personas, ocasionando entre 300 y 500 millones de casos clínicos en el mundo. La vacuna de Patarroyo actúa contra una de las formas más virulentas de esta enfermedad (científicamente denominada la SPf66), y se ha mostrado eficaz entre un 40 y un 66 por ciento de los adultos y en el 77 por ciento de los menores de cinco años.
Los micos de Patarroyo
MANUEL ELKIN PATARROYO es uno de los científicos colombianos más mencionados en el país y en el mundo por sus investigaciones sobre la malaria y el desarrollo de una vacuna sintética para combatir una enfermedad que, cada año, afecta a entre 300 y 500 millones de personas y mata a cerca de tres millones, en su mayoría niños y mujeres embarazadas.
Autor de múltiples publicaciones sobre el tema en revistas especializadas tan prestigiosas como Nature, The Lancet y Vaccine, Patarroyo se convirtió en referencia obligada sobre el tema y en conferencista de foros mundiales sobre enfermedades infecciosas. El 1º de noviembre fue escogido por Scopus -una base de datos de las principales revistas científicas del mundo- como el investigador que más documentos especializados ha producido en Colombia, 316, y cuyas investigaciones han sido citadas 4.715 veces por investigadores internacionales.
Además de todo esto, desde hace 20 años Patarroyo ha sido un consentido de los gobiernos, que no han vacilado en destinar jugosas sumas a su laboratorio de investigación (ver recuadro), entre otras razones porque las primeras pruebas confiables de la vacuna -conocida como SPf66- primero en Colombia y luego en Tanzania, demostraron una eficacia cercana al 40%, un resultado modesto desde el punto de vista inmunológico, pero enorme desde la perspectiva de la salubridad. Por eso en 1994, el mismo año en que recibió el Premio Príncipe de Asturias por su descubrimiento, cantó victoria y en una entrevista que dio a la revista Estrategia dijo: "Yo ya marqué territorio, la vacuna es ya uno de los hitos más importantes de la historia de la parasitología".
Meses más tarde, invitado a clausurar la reunión anual de la Asociación de Escritores de Ciencia y Tecnología de Canadá, no se ruborizó al afirmar que si hubiera sido estadounidense, "ya me habría ganado el Premio Nobel". Poco después decidió donar los derechos de su vacuna a la Organización Mundial de la Salud, con lo cual no sólo se convirtió en uno de los científicos más admirados del mundo por su altruismo, sino que logró acallar las voces de sus detractores que habían manifestado sus reservas por el método completamente empírico que Patarroyo había utilizado para desarrollar la vacuna y porque no había seguido el protocolo establecido para las pruebas epidemiológicas.
Muchos se declararon entonces dispuestos a darle el beneficio de la duda a la SPf66. En Gambia y Tailandia se adelantaron pruebas de campo que no arrojaron resultados satisfactorios, frente a lo cual Patarroyo, incrédulo, dijo que la vacuna usada, fabricada en Estados Unidos, podía no ser idéntica a su SPf66. En efecto, contenía un porcentaje más alto de una sustancia que la vacuna original. Pero una prueba adicional hecha en Vigía del Fuerte, Chocó, por investigadores del Instituto Colombiano de Medicina Tropical con vacunas hechas en el Instituto Inmunológico del Hospital San Juan de Dios -el laboratorio de Patarroyo- confirmó los malos resultados.
A pesar de que el científico estaba en la dirección correcta, no había dado en el blanco. Pero no desfalleció y para disimular el fracaso comenzó a trabajar en vacunas contra otras enfermedades infecciosas como la tuberculosis, con la advertencia de que el objetivo no era desarrollar una vacuna contra la malaria sino una metodología para producir vacunas. Pero en 2001, la falta de recursos puso en jaque el proyecto. Deudas, embargos e hipotecas llevaron al desalojo de los tres edificios que tenía el Instituto en el San Juan de Dios, y Patarroyo y su equipo debieron trabajar en espacios prestados por el Instituto Nacional de Salud.
Sorteada la crisis, Patarroyo siguió adelante pero los problemas no se acabaron y hoy enfrenta serios cuestionamientos por la forma como adelanta los experimentos en la selva amazónica.
Daño ecológico
La médica veterinaria Lina María Peláez, una de las pocas profesionales de esta rama que ha trabajado con Patarroyo en Leticia y quien hizo parte del equipo de investigadores entre el 1º de abril de 2004 y el 10 de julio de 2005, renunció por motivos que especificó en su carta de renuncia: "El daño ecológico que causan las personas que sin previo entrenamiento capturan en forma indiscriminada a los micos de la especie Aotus nancymae y arrasan con los bosques primarios; la falta de permiso para experimentar con esta especie, pues el permiso es para otra; el incentivo para el tráfico indiscriminado de especies silvestres, ya que cualquiera viene a vender los micos, y la falta de resultados", son algunos apartes de su misiva.
Pero su queja principal era sobre todo porque las cosas no se hacían en la forma correcta. "A estos primates no se les ha realizado un estudio de dinámica poblacional -escribe-. Y no se ha realizado una programa de reproducción que sería lo más normal en una explotación como ésta".
Leer Más: Revista Cambio.com
1 comentario:
dot manuel elkin patarollo acuerdese mas de su municipio qe es lo mas lindo de colombia
Publicar un comentario